21 de abril de 2011

La voix de la conscience

A cero y medio de doce en el reloj para ser las tres, mis diecisiete años y nadie quiera saber cuantos minutos se revolcaron por mi cabeza juguetones. La casa en silencio les ayudaba y el tictac del reloj les ponía en escena.
Los engranajes de mi mente estaban más lubricados que en cualquier hora, y mientras me ponía en mil papeles, pensando mil y una cosas y jugando con nadie quiera saber cuánto cabello hay en mi melena, cierta hora de la madrugada había llegado.
Son esos momentos que todos tenemos; a mi derecha sentada en el sofá estaba la dama de blanco con ese aro en la cabeza irradiando luz. Esa misma que perdía toda su armonía y encanto cuando me culpaba por todos mis errores.
A la izquierda, sentada en el brazo del sofá con una mirada desafiante, me contemplaba esa mujer de melena morena y tez blanca, que con su vestido rojo y su larga cola afilada me ponía en bandeja todas y cada una de las tentaciones que he llegado a tener.
Hoy, a cierta hora de la madrugada y diez minutos de más, las tres compartíamos esas veladas, en las que acompañadas de una tenue luz y alguna copa de vino, pasarían por románticas. 
Ese par de eternas enemigas esta noche estaban en paz, o mejor aún, contra mí.

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