¿Quieres saber qué se siente cuando estás a un solo paso del gran cambio de tu vida? Pensamientos de la nada, en el bar de la esquina. Murmullos en diferentes coordenadas, reiterándose así la misma situación dos años después. La vida más desgastada, de la misma forma que el oxígeno oxida un hierro.
Seguía haciendo esquina.
Dicen todavía las malas lenguas, aquellas que salivan veneno como las serpientes, que Esperanza no se vio más desde aquel veintidós de septiembre. ¡Pero es mentira! Yo la he visto irse a menudo, incluso cuando la situación la invitaba a quedarse. Han sido veintitrés meses de duro contacto con la realidad, de pura sensibilidad de lo auténtico; desde lo más suave hacia lo más áspero, del terciopelo a las espinas, a lo abrupto.
Seguía faltando un cambio de rumbo.
Cuando las sonrisas de ese bar se fueron, ya eran de esa tarde las ocho. Las veinte horas de un veintinueve de agosto: medidas con el mismo reloj, miradas con los mismos ojos.
Quieta, el proyecto de mujer que siempre quedaría en proyecto, seguía petrificada en esa maldita mesa, viendo los segundos correr y contemplando como los iba perdiendo.
Seguía pensando en nada, cobarde; seguía en la misma esquina; impotente.
Aferrada a aquellos viejos meses como un imán a una nevera y no dispuesta a olvidar el olvido. Nunca quiso aceptar que veintitrés meses después no eran veintitrés meses antes.
Y por la misma cortina líquida por donde la Esperanza (dijeron) se fue; apareció la Libertad con todo el pánico que conlleva; para recordarle que las mujeres no juegan a vivir; que jugar a pensar en nada cada veintitrés meses, es cosa de niñas…