Y cuando todo lo ves efímero y negro como si estuvieses en el fondo de un túnel, simplemente rodeada de los muros que te has puesto tú misma; puede que llegues un domingo por la noche a casa, te pongas la típica serie americana mientras comes helado y te des cuenta de que la vida es eso, un domingo, una ciudad, una preocupación. Que la vida es todo aquello que pasaba antes de él, durante él y después de él; y que además la vida sigue siendo todo esto que está pasando en el sofá aunque él haya vuelto; y no por ello es mejor o peor.
Y te das cuenta que los túneles los cavamos nosotros mismos, a veces para hacer atajos hacia algo mejor, y los faltos de fe, para cavar su propia tumba. Y que los que cavan tumbas no están tan lejos de los que hacen atajos, sino que están a un centímetro de fe del cambio, a una acción, al simple azar (o no) de levantarse una mañana y tirarse al vacío como un loco cansado de estar oprimido bajo tierra.
Que la vida... se agudiza cuando después de tanto tiempo, puedes por fin llegar un domingo a casa y vomitar mejor o peor, más mal que bien tal vez, todo lo que durante un tiempo comiste. Que la vida no es una serie americana donde encuentras un príncipe azul, donde están los buenos y los malos, donde se hacen bailes de graduación; sino que es un flujo turbulento pintado por un degradado de personas infieles, buenas, malas o mixtas, y donde el mejor baile, es el que bailas contigo a solas.