El agua caía fuertemente golpeándome, pero no me importaba, solo te tenía en mente a ti, solo tenía en mente tus duras palabras, tu juego, tu indiferencia. Solo tenía en mente todo el tiempo, todos los meses, lo equivocada que había estado. Un golpe de aire helado se llevó en su vuelo mi sombrero de cuadros verde oscuro y negro. Decidí que no importaba tener un sombrero menos, y con un gesto de despreocupación seguí adentrada en mis pensamientos. No diferenciaba las gotas de agua con mis lágrimas, ni el sonido de la oscura calle con el de tu voz.
¡Un momento, tu voz! Para cuando quise girarme, ya te tenía al lado, con tu rostro alegre, con esa sonrisa que me encantaba mirar y contemplar, noche y día y que sin duda te caracterizaba. Te limitaste con amabilidad a devolvérmelo. Lo agarré fuerte, con una fuerza similar a la cantidad de odio que me inspirabas, y sin soltar palabra me fui. Continuaste avanzando conmigo, sin importarte nada mi anhelo de soledad. La única palabra que cortó la melodía de la lluvia fue un perdón. Seguimos andando en silencio. Seguramente tú también pensabas cuánto daño nos habíamos llegado a hacer.
No eran necesarias las palabras, sabías que ningún perdón borraría lo pasado…