16 de abril de 2012

Con-jugados


Es como si el paso del tiempo hubiese sido invisible para mí. De repente ya estaba aquí, pero no sabía cómo había llegado; y aunque fuese capaz de recordarlo, no me parecería real.

Me levanté a las siete, como de costumbre. Era lunes. Sentía el estridente sonido del campanario marcando los quince minutos que había perdido, pero yo siempre permanecía inalterable ante el tiempo. Hoy Marco me esperaba en el café, para darme la apasionante noticia que lleva días queriéndome contar. Otro viaje, seguro.
Hace días empecé a darme cuenta como todas aquellas metas y pasiones que un día establecí con emoción, las alcancé con la ausencia del placer que supuestamente comportaban. Me gustaba viajar, quería sacarme la carrera y poder trabajar en diferentes partes del mundo... y ahora, que lo tenía en mis manos, no me importaba. Quería algo más, diferente, pero ya no tenía la esperanza de obtener ningún tipo de satisfacción. Únicamente quería salvar mi vida del caos del aburrimiento, de permanecer estancada como el agua en una bañera, de condenarme a la putrefacción con el paso de los años, por culpa de no haber conseguido ningún clímax al final de un largo trabajo. Solamente quería un camino, no una meta. Pasar el tiempo concentrada en algo que me impidiese acabar de darme cuenta de que la felicidad son un grupo de momentos ampliamente distribuidos, y prácticamente imperceptibles.
Allí estaba él con su chaqueta azul, mirándome por la cristalera del local. Era inevitable no apreciar la elegancia que desprendía al bajarme del coche destartalado, con el físico tan poco agraciado que me había dado Dios, si es que existe. Hoy Marco tenía el gesto soberbio. Me aterrorizó antes de entrar al bar. Ya me había pedido el desayuno y se disponía a contármelo.
Marco en ocasiones era dañino, desgraciadamente, siendo consciente de ello. Le gustaba sentirse importante delante de la gente y demostrar su agilidad mental en cada comentario que salía de su boca. Si algún día se fijó en mí, fue por la resignación de no poder utilizar sus trucos. Mi mente nunca ha sido muy despierta, y mi ignorancia me imposibilitaba seguirle el juego. Todo esto le daba un atractivo singular.
Empezamos a hablar, y lo dijo de golpe y sin miramientos. Son ese tipo de palabras que me erizan la piel, que activan seis de mis cinco sentidos. Yo seguía con la boca cerrada; esquiva a sus miradas para no dar ningún margen de error, para no invocar ningún tipo de sospecha sobre la alocada dirección de mi auto control. Seguía serena, con la sonrisa entre cerrada, con la sonrisa medio abierta, irónica, con ese gesto en la cara que suele tener la gente cuando controla una situación.
En cambio él sin ningún tipo de disimulo continuaba su repertorio ignorando mis adentros, inmune a mis afueras. No necesitaba disimular porque no ocultaba nada, él jugaba con ventaja. Entonces, de nuevo mi mente se perdía en el infinito debate moral: decirle que le quería o no decírselo.
Marco se iba a casar y con ello se disipaban completamente las posibilidades de recuperar una de las pocas cosas por las que había valido la pena vivir. Quedé muda, hundida. Al fin y al cabo era la reacción que el perfecto manipulador estaba esperando. Le felicité y me fui.
Llegué al trabajo pálida pero ese pálido se volvió transparente al saber que me habían despedido. Me quejaba de la rutina, y la vida me regaló un día lleno de sorpresas; una chica afortunada, sin duda alguna. Tenían que reducir plantilla y los novatos fuimos los elegidos. No intenté reclamar nada, ya daba igual, encontraría otro trabajo.
Vives tranquilo hasta el poderío del destino te lo destroza todo con más fuerza que un huracán, y tú, te quedas pasivo, no tienes nada que hacer contra ello.

Me sentía extremadamente frágil en aquel momento, si me hubiesen tocado con un dedo, me hubiera derrumbado. Sin embargo, estaba parcialmente cómoda dentro de mi estado de fragilidad, como si ésta fuese provocada por una percepción correcta de una realidad desagradable, percepción a la cual aspiraba en mi estado normal. Por otra parte, el poner en duda si la situación realmente podría ir peor, me proporcionaba fuerza. Mínima, pero fuerza. Como si no tuviese nada que perder porque ya lo tenía todo perdido; la fuerza del superviviente, la hija de la espada y la pared, de la vida y la muerte. Como si fuese empezar de cero el camino que tanto buscaba.

5 comentarios:

  1. ¿Este es tuyo?

    Me encanta. Esa forma de describir los sentimientos, lo que ella piensa... muy, muy bueno, de verdad!

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  2. Muchas gracias Alex y sí que es mio! :)

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  3. Pues es genial. En serio! Me ha recordado mucho a una historia que escribí hace tiempo pero creo que no supe escribirlo tan bien como tú. Esa sensación de fragilidad... Échale un vistazo si quieres,

    http://defectosdeforma.blogspot.com.es/2012/01/suspiros-en-el-viento.html


    Un saludo y... sigue escribiendo! :)

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  4. Es verdad que te abriste el blog, voy en seguida!

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