13 de noviembre de 2011

Se rompió la punta de un pincel


Sonaba la soledad en un silencio que gemía.
Pelos de punta, piel de gallina.
Y no existía más otro ruido, que un hilo de voz intenso, 
que las lágrimas del silencio, que tardes que no existían.

Tan difícil de ignorar que era, 
que me acosaba en cada esquina, sola, 
y yo estaba sola, 
como una flor en el desierto, espinada por el clima.

Pero nadie escuchaba aquel valor, 
de luchar a oscuras contra lo que solo yo veía, 
de escuchar en silencio como mi soledad gemía, 
de saber que el uno siempre sería uno.
Solo uno.

(Rechinaban los dientes.)

¿Se puede esperar ser alguien a solas?
Clausurada en mis adentros, mi personalidad conducía mi vida
por un camino estrecho. Muy estrecho.

Y golpeada por las paredes,
me sentía aún más limitada, sin salidas, sin desvíos, 
ese único pasillo que formaba, 
lo que yo era y había sido.
Mi propia prisión, mi propio destino.


Mi única libertad

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