Huele de modo que me haría un perfume. Recién tocan las tres, queda una hora para el trabajo. A veces siento que le pongo de más, que pongo en su colmo las cucharadas. Sentada. Me duelen los pies.
Y escuché la cafetera rebotar. Tan negro caía en la taza, tan negra volvía mi imagen, que ni agria notaba la lengua. Azúcar en su contraste, azúcar en su opuesto. El blanco y el negro. El dulce y el amargo, polos opuestos en una mezcla deliciosa. Combinados, mi equilibrio.
Y capturada en mi delirio, la aguja del reloj navegó altos mares en silencio: tranquila, descubrí mi paz; exaltada, mi despido.
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